“Los Valenciano, cuatro generaciones con las manos en la masa”
Estoy segura que la encantadora Audrey Hepburn no hubiese despreciado un buen desayuno a base de chocolate con churros, porque, seamos serios, los diamantes puede que sean para siempre pero seguro que resultan muy indigestos. Bromas aparte, los churros y las porras forman parte de nuestra gastronomía más arraigada, tanto que estos lazos fritos se han convertido en todo un símbolo para el Madrid más castizo. Es curioso como algo tan sencillo; realizado a base de harina, agua y sal, tiene tantos seguidores.
No hay consenso sobre el origen de este exquisito tentempié, pero todo hace pensar que su origen es ancestral. Algunos creen que los inventores fueron los egipcios, pues se han encontrado algunas escenas de panadería en la tumba de Ramsés III (1184 – 1153 a.C.) en las que se ve como elaboran un producto en forma de espiral en lo que parece una sartén alimentada con un fuego. Otros consideran que su origen está en la antigua China, donde se consumían unas tiras de masa frita dorada y salada llamadas youtiao, tradicionalmente durante el desayuno, y que fueron los mercaderes portugueses quienes lo importaron a la Península Ibérica adaptando la receta a su gusto; añadiendo azúcar en lugar de sal y dándole la característica forma de estrella. Otra teoría cuenta que fueron los pastores españoles quienes popularizaron esta vianda y los que le dieron el nombre de “Churro”, por el parecido de estos con los cuernos de la oveja churra.